La primera tentación Por: Pbro. Carlos Muñoz Caselin
Dice el refrán
popular, que la primera impresión jamás se olvida, ¿Se imagina usted cómo nos marcó
está verdad, desde la primera vez que estuvimos expuestos a obrar el mal?
Curiosear sensatamente en este tema, tal vez nos ayude a comprender por qué seguimos atorados en ciertas malas acciones, que preferiríamos haber desterrado de nuestra conducta. Esas dificultades son consecuencia de la primera tentación... ¿Cuál es ésta?Cuando estamos en medio de un problema que parece no tener solución, es muy sensato pensar dónde comenzó el problema, desenmarañar el asunto y encontrar la causa que originó todo, para así resolver de raíz la dificultad.
Ahora bien, uno de
los mayores obstáculos para alcanzar la paz del alma, es el pecado.
Pecado que combatimos, que tratamos de no cometer más, que es objeto de
continuos y renovados propósitos de enmienda.
Y no obstante el esfuerzo, sigue siendo una gran dificultad dejar de cometerlo.
¿Dónde comienza el
problema?
Pudiera responderse, que todo empezó con el pecado original, pero aunque es
verdad que allí comenzaron todos los males de la humanidad, sin embargo, en ese
pecado original encontramos el elemento que facilita toda tentación y que es
objeto de nuestra presente reflexión.
Nos referimos a toda tentación que nos arrastra a pecar, explotando las
necesidades del cuerpo.
Sin importar a qué pecado nos incite, la primera tentación es aquella que exalta desordenadamente, alguna necesidad del cuerpo (comer, beber, descansar, reproducirse, etc.)
Si bien es cierto que el primer pecado fue de soberbia y desobediencia, sin embargo, dicho pecado se cometió, porque el enemigo diseñó aquella primera tentación aprovechando una necesidad del cuerpo: Comer.
Del mismo modo observamos en Cristo Nuestro Señor, que cuando Él permitió ser tentado, la primera tentación fue también a través de una necesidad corporal, la misma necesidad explotada por Satanás en el paraíso, la necesidad de comer.
Después que
Jesucristo Nuestro Señor, ayunó cuarenta días con sus respectivas noches, en el
momento en que tuvo hambre, el diablo le dijo: "Si eres el hijo de Dios,
di que estas piedras se conviertan en panes".
Otra vez se repite la estrategia, la primera tentación es através de alguna
necesidad corporal.
Ahora echemos un vistazo a nosotros mismos: Nuestro primer llanto, los primeros disgustos que causamos a nuestros padres, nuestras primeras tentaciones para pecar en cualquier sentido, siempre tuvieron como aliada alguna necesidad corporal.
No debemos creer que nuestro cuerpo es malo, al contrario, es obra de la mano de Dios y es nuestro aliado inseparable en la práctica del bien. Pero al mismo tiempo, las necesidades básicas, satisfechas con excesivo afán o los caprichos sensibles que concedemos a nuestro cuerpo, juegan en nuestra contra al momento de la tentación.
Para vencer esas tentaciones tan primarias y estar fortalecidos espiritualmente, sólo basta, acostumbrar nuestro cuerpo a una moderada austeridad, a una conveniente incomodidad, a satisfacer lo necesario para servir debidamente a Dios y al prójimo, evitando consentirnos siempre y excesivamente.
Esto y no otra cosa
es la oportunidad que cada cuaresma tenemos con las prácticas de pequeños
sacrificios cuaresmales, del ayuno, de la abstinencia de carne, del mayor
esfuerzo para practicar la oración y la reflexión.
Todo esto fortalece el espíritu y neutraliza el arrastre de la primera
tentación. Nos queda ser constantes en estas prácticas de penitencia,
mortificación y pequeños sacrificios.
Quizá no podremos ayunar como Cristo, pero si que podemos practicar algo de lo que hemos reflexionado; hacerlo nos fortalece de tal modo, que hasta la ciencia moderna ha tenido que reconocer los beneficios que a la salud reportan, el ayuno y la moderación de nuestros apetitos.
Manos a la obra y en nuestra vida diaria tengamos esta disposición al ayuno y al sacrificio corporal, moderado siempre por la prudencia.
Así aquella primera tentación que se vale de nuestro cuerpo para arrastrarnos a cualquier género de pecado, encontrará una eficaz resistencia, y con la Gracia de Dios a nuestro favor, sepamos responder a las tentaciones que aprovechan nuestras necesidades corporales, aquello que Cristo respondió al tentador, ante la primera tentación:
"No sólo de pan vive el hombre, sino de de toda palabra que sale de la boca de Dios".