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No es lo mismo creer en alguien, que creerle a alguien Por: Pbro. Carlos Muñoz Caselin.

16.04.2022

Creer en alguien es reconocer que ese alguien existe, pero creerle a alguien, implica hacer lo que esa persona enseña o hace, esto tras escuchar, reflexionar y analizar lo que se ve o se escucha.

Esta distinción es un elemento muy básico en la vida del ser humano y como todo lo básico y elemental, si no es sólido, tampoco dará solidez a lo que dependa de estas bases.

Analicemos esta característica, importante para la vida espiritual de los seres humanos y encontraremos datos interesantes, que nos ayudarán a mejorar como hijos de Dios y como personas de bien para la sociedad.

El sacerdote y apologeta venezolano, Luis Toro, dice en una de sus disertaciones, que las abuelitas de su país, tienen un dicho popular, en el que expresan más o menos lo siguiente: "Quien no conoce a Cristo, le cree a cualquier hombre de barba".

Esta expresión popular, además de graciosa, resulta muy acertada, sobre todo cuando pensamos en la cantidad de seguidores, que ajustan su conducta política, profesional o personal, al pensamiento de Karl Marx, Friedrich Engels o Sigmund Freud, todos ellos hombres de barba y además judíos, dicho se de paso.

En contraste, quienes siguen a estos personajes, ignoran casi por completo a Cristo y su doctrina. Habrán oido hablar de Jesucristo, pero no significa que lo conozcan;

Si algo saben, es tan lejano como lo aprendido en la infancia, si es que sus padres los mandaron a catecismo.

Sorprendentemente, a pesar de esta ignorancia, se creen con derecho a opinar y hasta condenar una doctrina cristiana, que simplemente no conocen, al mismo tiempo que se aferran a doctrinas de ideologos anticristianos.

¡Cuánta razón tienen las abuelitas venezolanas!

Ahora bien, para no repetir este absurdo en nuestras vidas, pensemos seriamente, no en quién creemos, sino a quién le creemos, es decir, en base a qué principios ajustamos nuestra vida y qué criterios nos conviene aplicar, para que nuestra adhesión a tal o cual doctrina, sea razonable y congruente.

No es suficiente creer en alguien.

Muchos se conforman con decir que creen en Dios, en Jesucristo o en alguna religión, pero hablando con franqueza, esto no basta, pues no implica ningún compromiso, en especial, si se piensa que con creer en ese alguien ya somos gente de bien, o personas de fe.

Nada más lejos de la verdad. Creer en alguien no nos hace buenos en automático, el verdadero reto, la actitud congruente con la razón humana y con nuestra naturaleza espiritual, es ajustar nuestra vida y conducta a principios moralmente buenos, racionalmente lógicos y sobrenaturalmente virtuosos.

Sentado esto, surge la pregunta: Entre tantas opciones disponibles ¿A quién debo creerle?

Criterios para creerle a alguien.

Ser creyente es muy bueno, pero es muy malo ser crédulo. Muchas veces creemos en personas sólo porque nos resultan agradables, porque se expresan de modo convincente, porque tienen alguna carrera universitaria o sólo porque salen en la tele, en facebook o en Youtube. Convengamos en que, tratándose de cosas serias y de gran trascendencia, como una norma de vida, estos criterios por sí solos, no bastan. ¿Entonces qué criterios hemos de buscar?

La verdad. Este debe ser el principio básico, para creerle a alguien. Antes que otra cosa, debemos verificar que lo que se dice es verdad, o sea, que la enseñanza no esté en contradicción con la realidad y además que el mensaje tampoco esté en contradicción consigo mismo.

La aplicación de este criterio, requiere dedicación, ejercicio racional, examen del asunto y no sólo actuar por emociones o sentimientos.

El mensaje y doctrina de Cristo, no tiene contradicción alguna, por lo tanto, cumple perfectamente con este primer criterio de credibilidad.

La virtud de quien enseña. En la búsqueda de un modelo ejemplar de vida, necesario es que la persona que pretenda ser nuestro ejemplo, tenga congruencia entre lo que dice y lo que hace.

A diferencia del criterio anterior, que se conforma con no encontrar contradicción en el mensaje mismo, este segundo criterio, exige una aplicación práctica, una demostración de que aquello que se dice, también tiene aplicación en la vida diaria. Una vez más es Jesucristo, el único en la historia, que tiene esta congruencia perfecta, congruencia que en otros términos se llama virtud o santidad.

Ninguno de los que se han atrevido a fijar normas de vida para los demás, ha tenido la santidad de vida o al menos un grado mínimo de virtud que se asemeje a Cristo, ¿Por qué entonces hemos de creerles?

Los testimonios y testigos, que dan fe de la confiabilidad del que enseña, son otro criterio, para creer en las enseñanzas de alguien, en especial si esos testigos son personas ejemplares y respetables.

En la historia de la humanidad, nuevamente es Cristo, quien tiene a su favor los testigos de mayor esplendor y magnificencia, como son los santos que abundan en la historia de la Iglesia, destacando entre éstos, los que dieron el testimonio más perfecto de la credibilidad que merece Cristo: Los llamados mártires, cuyo testimonio fue su propia vida.

Este criterio lo expresó maravillosamente el filosofo Pascal cuando escribió: "Sólo creo en la historia de testigos que se dejan degollar". Este tipo de testigos abundan, en favor de Cristo y su doctrina.

Finalmente, la demostración, es decir, las pruebas que ofrece el que enseña. Si hasta aquí, tenemos dudas sobre a quién creerle, hemos llegado al criterio más impresionante, el criterio que exige, una o varias pruebas de la veracidad y credibilidad de quien enseña algo.

Los científicos demuestran en los laboratorios las leyes naturales que van descubriendo o enseñando a sus discípulos.

En el caso de Cristo, las pruebas que ofrece, son mucho más confiables e impresionantes, pues son hechos que la ciencia es incapaz de explicar de manera natural, hechos cuya realidad, es imposible negar.

Esto se llama "Hecho Milagroso" y no es un simple acto de fe, sino un hecho visible y extraordinario, que no tiene explicación natural.

Ejemplos de esto son, entre otros muchos: Convertir agua en vino, alimentar a más de cinco mil personas, con sólo unos cuantos panes y peces, resucitar a un muerto de cuatro días, ya sepultado y además en estado de descomposición.

Por si estas pruebas no bastaran, existe el mayor de los hechos milagrosos, que algunos pseudo científicos, han intentado negar sin pruebas contundentes.

Hecho milagroso donde la verdadera ciencia, imparcial y objetiva, ha encontrado más bien pruebas favorables a este milagro, único en la historia y celebrado en estos días: La resurrección de sí mismo, obrada por Jesucristo.

Para creerle a alguien y tomarlo como ejemplo digno de imitar, el buen sentido nos dice, que hemos de tomar en cuenta todos estos criterios, pues si falta uno solo, el modelo ya no es confiable, aun así, somos libres de elegir semejante modelo, pero eso sólo significa que hemos elegido la opción que más nos complace, pero no la que más nos conviene.

Felices pascuas.

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