NOTICIA COMENTADA 619
Cuidemos a los curas. CAMINANTE WANDERER. 12jun23. https://caminante-wanderer.blogspot.com/
Resumen:
La Iglesia está atravesando una crisis pocas veces vista en su historia. Y las crisis nunca son gratis; tienen su costo, que en este caso lo paga la totalidad de sus miembros, y el precio son las humillaciones, las cancelaciones, las persecuciones despiadadas a veces y disimuladas otras, propiciadas generalmente por quiénes debieran ser el principio y forma del rebaño.

Y cada cual se apaña como puede para resistir. Los laicos somos los que más barata la sacamos: nuestro propio estado nos exige obligaciones y deberes que nos apartan en buena medida del fragor de la lucha. El cuidado de la familia, la propia profesión y las ocupaciones habituales de cualquier persona que vive en el mundo, lo ubican en territorios que, a su manera son más pacíficos. En pocas palabras, un laico podrá, en el peor de los casos, estar sometido a su esposa o a su esposo; a su suegra o a sus padres, pero nunca estará sometido a un obispo, o a un prior o a un provincial, que suelen ser los superiores más exquisitamente crueles.
Por eso, yo insisto en la necesidad de cuidar a los sacerdotes que son la pieza más frágil de todo el engranaje. Y lo son porque el deber de su propio estado los obliga a estar permanentemente en el ojo del ciclón, sin poder apartarse del vórtice, como sí podemos apartarnos los laicos. Y deben hacerlo, además, acarreando todas las difíciles condiciones propias de su estado: la soledad raramente compensada con la amistad de sus colegas; la casi permanente sensación de vacuidad de sus vidas a las que los conduce ejercer su ministerio en un mundo tan apartado de Dios y en una Iglesia en contubernio con ese mundo; la fragilidad emocional que provoca esta situación; la precariedad económica, sobre todo en países como el nuestro, en el que son verdaderamente pobres; la agitación permanente entre el querer permanecer fieles a Dios y a la Tradición y, a la vez, la necesidad de someterse a los caprichos de su obispo y al frenesí pastoral que se les impone, y tantas otras situaciones más que podríamos mencionar.
Hace algunos días, las monjas benedictinas de Pienza, que están siendo perseguidas en estos meses por su obispo y por la Santa Sede (el valor de su monasterio ubicado en un sitio de privilegiada belleza es de varios millones de euros), escribieron una larga carta en la que, entre otras cosas, decían:
Pero además de los conventos y monasterios perseguidos, hay muchos sacerdotes, para quienes la soledad y la sensación de abandono son aún más difíciles de sobrellevar, sobre todo cuando su ostracismo está motivado por su fidelidad a Cristo. Pero cada uno de nosotros debe reaccionar en conciencia ante la tiranía que se está instaurando en la Iglesia, porque una respuesta coral y decidida podrá demostrar, en primer lugar, que no es compartida ni deseada por la mayoría de los fieles y, en segundo lugar, que la apostasía actual sólo puede frenarse mediante un retorno incondicional a Nuestro Señor. Durante demasiado tiempo nos hemos antepuesto a Jesucristo, el diálogo con el mundo al deber de evangelizar a todas las naciones, como Él nos ordenó. Pero ¿cómo hacerlo, cuando estamos solos, distraídos de la oración y el recogimiento por acontecimientos que no tienen nada de espiritual? ¿Cómo hacerlo, cuando se está privado de los Sacramentos, del consuelo de la Misa, del alimento del Pan eucarístico?
Lo que mencionan las religiosas es fundamental. No podemos pasar sin los sacerdotes porque no podemos pasar sin los sacramentos. Podemos pasar sin los obispos, a quienes vemos muy de tanto en tanto, pero no sin sacerdotes a quien vemos, y necesitamos, cada día o cada domingo. Por eso, en este momento crucial, tan difícil y doloroso por el que está atravesando la Iglesia, creo que es una responsabilidad particularmente delicada que nos incumbe a nosotros, los laicos, acompañar y sostener a aquellos sacerdotes que, en su intención de mantenerse fieles a la fe y a la tradición de los apóstoles, son hostigados a diestra y siniestra. Cada uno sabrá el modo de hacerlo; no siempre se trata de ayudas económicas, que también, sino de la amistad, la cercanía y el agradecimiento pues, sin ellos, estaríamos perdidos.
COMENTARIOS
Se
trata de una necesidad de primera importancia, de esas que realmente
valoramos solo cuando nos faltan.

La ecuación es muy sencilla: la Historia de la Salvación se resume en la Santa Misa; pero no podemos disponer de esta gracia salvífica si no es a por medio de los sacerdotes. Luego entonces, si nos faltan sacerdotes, careceremos de la Santa Misa.
Por eso es que los enemigos de la Iglesia, tanto en el pasado como en el presente, tienen entre sus objetivos estratégicos destruir la Santa Misa y acabar con los sacerdotes.
Desafortunadamente la Santa Misa ya ha sufrido tantas transformaciones y adulteraciones que ya seguro afirmar su validez esencial. La llamada "nueva misa" es en realidad "otra misa", ya no es la "Misa de siempre".
El terminar con el sacerdocio es otro objetivo en la mira de los francotiradores seguidores del Demonio. Se ha cambiado ya el proceso de formación en los seminarios modernistas, y ahora se quiere otorgar el Sacramento del Orden a las mujeres y a hombres casados, o reconocer como equivalentes los nombramientos de otras iglesias. Terminar con el sacerdocio, pues sin sacerdotes no hay sacramentos y la salvación se hace casi imposible.
Pero estas tendencias a nivel global no son los únicos peligros a los que se ve expuesto el ministro de la Iglesia. Permanecer fieles a Cristo, en ocasiones a pesar de las indicaciones de sus superiores; velar por su salud física y mental en medio un entorno poco favorecedor para mantener la cordura y la santidad; pero también se ve expuestos cada vez más a ataques que provienen de un medio cada vez más hostil hacían los católicos.
Sus necesidades básicas de subsistencia no son fácilmente cubiertas, pero Dios no los abandona. Lo que sí es realmente grave es la ausencia de vocaciones, la falta de reemplazos para los pocos buenos sacerdotes que quedan, y para cubrir las necesidades espirituales crecientes de la población.
Por eso es necesario dar a nuestros sacerdotes, especialmente a nuestros buenos y santos sacerdotes, no solo las ayudas que garanticen su supervivencia y su salud, sino también la seguridad que requiere al sentirse protegidos y amados por sus fieles. Sobre todo, rezar mucho por ellos.
Pero la solución de fondo está en los hogares católicos. Es necesario educar cristianamente a los hijos para que puedan escuchar y responder a la llamada del Sumo Sacerdote, Jesucristo Nuestro Señor. Solo en hogares verdaderamente católicos surgen las vocaciones sacerdotales. Difícilmente podemos pedir a una familia pagana hijos que deseen consagrarse a Cristo.