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13.04.2024

¿Ciencia y Dios incompatibles? El 90% de los Premios Nobel en el siglo XX eran creyentes. INFOCATÓLICA. Por Miguel Puga. 01abr24. https://www.infocatolica.com/blog/cartadirector.php/2404010300-iciencia-y-dios-incompatibles#more45374 

Noticia:

Hay un mito muy extendido entre la población, y también entre muchos creyentes, y es el de que la religión y la ciencia tienen una especie de pelea irreconciliable que hace que se esté del lado de la ciencia o se esté del lado de la religión. De esta manera, parecería que los partidarios de la ciencia serían todos ateos anti-religión y los religiosos serían anti-ciencia. Esta narrativa lógicamente carece de todo tipo de sentido, y más en nuestros días donde ya ha quedado sobradamente acreditado que la ciencia y la fe no sólo no es que no sean incompatibles, es que van de la mano en la búsqueda de la verdad. La ciencia se ocupa de un campo concreto de la realidad al que la fe no llega ni pretende llegar, y lo mismo ocurre a la inversa. No obstante, son muchos los que justifican esta supuesta antítesis entre la ciencia y la fe en una afirmación un tanto arriesgada, que vendría a decir que la mayoría de los científicos son ateos o no creyentes y que, por tanto, no hay amistad posible entre ciencia y religión.

Esta afirmación viene a tener dos problemas esenciales, a saber, el primer problema es que, aunque fuera cierto que el 100% de los científicos son ateos, eso no vendría a demostrar nada, simplemente nos vendría a decir que esos científicos no creen en Dios, sin más. Esto es lo que se conoce como «falacia de autoridad», por la cual se nos quiere hacer creer que una afirmación es verdadera por el simple hecho de que una autoridad (o varias) en la materia lo afirmen. Y, en segundo lugar, porque no es cierto que la mayoría de los científicos sean no creyentes, sino que es más bien al contrario, y eso es lo que vamos a ver en este artículo.

Cuando uno muestra que muchos, sino la inmensa mayoría, de los grandes científicos a lo largo de la historia han sido creyentes y muchos de ellos cristianos, como es el caso de Gregor Mendel, Louis Pasteur, Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Sir Isaac Newton, Alessandro Volta, etc., la respuesta de estos ateos o no creyentes es decir que como la malvada Iglesia Católica tenía mucho poder en siglos pasados, y que a través de la aún más malvada Inquisición se castigaba a todo aquel que no fuera creyente, lo lógico es que todos se hicieran pasar por cristianos aunque realmente no lo fueran, por el mero hecho de salvar la vida. Aun siendo generosos y dando por buena esta hipótesis, vemos que, en todo el siglo pasado, el siglo que podríamos considerar el más ateo con diferencia, es también el siglo donde se ha mostrado que los más grandes científicos son creyentes, y la gran mayoría de ellos cristianos.

Gracias a un exhaustivo estudio del genetista israelí Baruch Aba Salev llamado «100 Years of Nobel Prizes», publicado en el año 2003, donde analiza (entre otras muchas cuestiones) las creencias o no creencias religiosas de cada uno de los ganadores del Premio Nobel en sus distintas categorías durante todo el siglo XX, podemos comprobar que el 89,61% de los galardonados son creyentes, mientras que el restante 10,39% serían no creyentes, donde se incluyen tanto ateos, como agnósticos y librepensadores. En el siguiente gráfico podemos ver como se estructura cada categoría del Premio Nobel en función del porcentaje de creyentes y de no creyentes que hay en esa categoría, veámoslo:

Como podemos observar, hay seis categorías distintas del Premio Nobel, a saber: Química, Medicina, Física, Paz, Literatura y Economía. Curiosamente, es en categorías como la de Química, Medicina o Física, las llamadas «ciencias naturales», donde el porcentaje de creyentes es superior al 91%, mientras que en una categoría como la de Literatura, una «ciencia social», es donde hay un menor porcentaje de creyentes. Siendo tanto las ciencias naturales como las ciencias sociales unas ciencias de carácter empírico, son las primeras las que se suelen asociar más frecuentemente con la imagen del científico en un laboratorio experimentando.

Por otro lado, si nos fijamos en cómo se dividen las creencias (o no creencias) de los Premios Nobel en tres grandes categorías, vemos que la configuración sería la siguiente:

Los cristianos vendrían a copar 2/3 de todos los Premios Nobel del siglo XX, mientras que los judíos habrían ganado el 21,1% de los premios y un 10,5% del total de premios habría ido a parar a personas no creyentes. Dentro de la categoría de «Otros», nos encontramos con cinco premiados de creencias islámicas, siete budistas, tres hindúes y un neopagano, entre otros. Aquí el autor señala un dato curioso, y es que mientras un 20% de la población se puede considerar musulmana, estos tan sólo han conseguido ganar un 0,8% de todos los Premios Nobel en el siglo XX, mientras que los judíos ganaron un 21,1% de todos estos premios siendo un 0,2% de la población mundial. Los cristianos vendrían a representar en torno al 30% de la población mundial, traduciéndose en un 65,4% de todos los premios en el siglo XX.

En definitiva, hemos comprobado cómo no es verdad que la mayoría de los grandes científicos sean no creyentes, sino más bien lo contrario y que la mayoría de estos se consideran cristianos. Hay que ir diciendo cada vez con más fuerza lo evidente, y es que no existe ningún tipo de incompatibilidad entre ciencia y religión, y qué forma más visual de decirlo que explicando las creencias de los mejores científicos del siglo XX. Al final, todo se resume en lo que decía el católico y científico Louis Pasteur: «un poco de ciencia nos aleja de Dios, pero mucha ciencia nos devuelve a Él».

COMENTARIOS 


Nos sorprende esta nota, no tanto porque demuestre que la mayoría de los premios Nobel sean creyentes -especialmente cristianos- sino porque, siendo este galardón otorgado por un grupo de jueces, con su naturaleza humana, al igual que otros premios, tiende a sesgarse adicionando criterios distintos a los del concurso, basados en los intereses particulares de quienes fungen como árbitros.

Tampoco sorprende que la mayoría de ellos sean cristianos, porque la ciencia y la fe no solo se contraponen, sino que explican partes de una misma realidad.

Como dicen los filósofos, la realidad es lo que es. Y es cierta porque así es. Pero la naturaleza caída del hombre no nos permite acceder a la verdad de manera intuitiva, sino que tenemos que desarrollar un esfuerzo intelectual para alcanzarla. Además, así como existen diferentes esferas de la realidad, también existen diferentes tipos de verdad, cada una con sus propios métodos para conocerla. Pero no son verdades inconexas, sino ordenadas y jerarquizadas a la Verdad Suprema.

Así tenemos una verdad filosófica o mas bien, metafísica, que se aplica a todos los seres materiales e inmateriales. De ella se derivan verdades universales que explican la naturaleza y fin de las cosas. Su método apropiado es el filosófico, que trabaja sobre la base de argumentos y demostraciones.

Tenemos también la verdad lógica, que funciona conforme a los principios intelectuales del orden y la coherencia, como los principios de identidad y no contradicción, y cuyas herramientas infalibles, cuando son bien utilizados, son los silogismos, cuyo margen de error es mínimo, pues se derivan de una verdad mayor.

La verdad moral está impresa en la conciencia de cada individuo. Dios, a dotar de alma al hombre, incluye esta conciencia moral que nos dice lo que está bien y lo que está mal. Matar es malo, lo mismo que robar o mentir; amar al prójimo es bueno, lo mismo que ser un buen padre o un buen ciudadano. A este conjunto de normas se le conoce como Ley Natural, y de manera sintética está consignada en lo que conocemos como los Mandamientos de la Ley de Dios. Desde luego que la Ley Natural tiene preeminencia sobre las leyes humanas o positivas; por eso el aborto es un asesinato, aunque lo permitan las leyes humanas.

Luego tenemos las verdades científicas, que generalmente se obtienen mediante el método que tiene el mismo nombre y que requieren de la comprobación, frecuentemente experimental. Dado que el método científico parte de un modelo inductivo, el margen de error es mayor, pues de casos particulares se extraen conclusiones generales; y más limitado en cuanto a su alcance, pues existen muchas cosas que no pueden ser sometidas a la comprobación científica, como la felicidad, la lealtad, el alma, etc.

Finalmente tenemos una fuente de verdades incontrovertible: las verdades teológicas que resultan de la Revelación, de aquello que Dios ha desvelado al hombre, especialmente mediante las Sagradas Escrituras y la Tradición, verdades que han sido depositadas en su Iglesia. Son verdades, ciertísimas, porque la ha dicho Dios mismo, principalmente por medio de su amado Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.

Estas verdades, como dijimos antes, aunque se adquieren de manera distinta, no expresan sino una sola realidad. Están ordenadas y jerarquizadas, desde las de orden superior, las teológicas, hasta las verdades empíricas, entre las cueles se encuentra la ciencia.

Por eso no es de extrañar que la mayoría de estos galardonados con el Premio Nobel sean creyentes, especialmente cristianos. Cuando un científico tiene un panorama mayor, un marco teológico o filosófico sólido, es más difícil que se equivoque.


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