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26.06.2024

La tradición según Francisco: no un acontecimiento salvífico, sino un mero factor cultural. DUC IN ALTUM. Por. El Vagabundo (Caminante Wanderer). 13jun24. https://www.aldomariavalli.it/2024/06/13/la-tradizione-secondo-francesco-non-evento-salvifico-ma-mero-fattore-culturale/

Noticia:

Hace un par de meses apareció un artículo brillante y al mismo tiempo impactante en el sitio web alemán katolisches.info. Se titula "La gran pérdida o el pontificado de Jorge Bergoglio" [ Duc in altum ha propuesto aquí la traducción italiana].

Diré de entrada que no estoy de acuerdo con la tesis defendida por su autor…

Pero este desacuerdo sobre los motivos no me impide reconocer el gran valor del análisis de Vigilio sobre lo que sucede en la Iglesia a partir de la "teología" de Bergoglio. Se trata verdaderamente de una "gran pérdida", una pérdida catastrófica que, en mi opinión, a la larga conducirá necesariamente a un cisma purificador, con la separación entre lo que el padre Julio Meinvielle llamó tan proféticamente la "iglesia de la publicidad" y la "Iglesia de las Promesas".

Un elemento central de la fe católica es la Tradición, que no pretende ser una mera acumulación de prácticas tradicionales. La tradición es, por ejemplo, la Santa Misa romana, la divina liturgia bizantina, el Credo de Nicea, pero los católicos no creen y defienden estas prácticas como elementos aislados en sí mismos. Sabemos que la Tradición es un acontecimiento ontológico. La densidad ontológica que posee le viene dada por el hecho de que Dios ha constituido para el hombre un nuevo modo de ser en Cristo. Ha constituido un hombre nuevo, que es un hombre, si podemos decirlo, sobrenaturalizado por el milagro constante de la gracia que hace posible este acontecimiento singular que va mucho más allá de las meras posibilidades de la naturaleza creada. "Si alguno está en Cristo, nueva criatura es" (2 Cor 5, 17). Los Padres de la Iglesia dieron a este acontecimiento un nombre audaz, nombre que lamentablemente los latinos hemos pasado por alto. La llamaron la teosis del hombre; es decir que, sin dejar de ser criatura, con la gracia el hombre se eleva infinitamente más allá de la esfera de la simple creación y recibe una participación interior transformadora en la vida divina y en la santidad misma de Dios, compara San Juan de la Cruz a este hombre transformado, a un leño que, colocado en un fuego encendido, difícilmente puede separarse de las brasas que lo rodean.

Es en esta hoguera donde nace la Tradición, y por eso ser católico es inseparable de ser tradicionalista, si por tradicionalista entendemos a alguien que adhiere con su fe a la Tradición entendida como ese acontecimiento. En otras palabras: nosotros, los tradicionalistas, lo somos porque nos interesa la Tradición no como tradición, sino como acontecimiento salvífico. Y por eso debemos tener cuidado con la distinción: nuestra fe no está en la tradición por la tradición; si así fuera, la Iglesia hace tiempo que se habría diluido en una infinidad de manifestaciones culturales diferentes. Y este es un peligro que roza a los "tradicionalistas". Todos conocemos a sacerdotes y fieles que celebran y defienden la tradición como una cuestión puramente estética –lo que en sí mismo no es malo– y, al mismo tiempo, abrazan los ideales y modas relativistas del mundo contemporáneo. En este caso la tradición ha quedado reducida a una forma de partidismo por parte de quienes lamentan tiempos y ritos pasados simplemente porque son indiscutiblemente más bellos que los actuales.

El Papa Francisco ha encontrado un hermoso término para describir a aquellos que quieren hacer retroceder el reloj de la historia y de la Iglesia: atrasados. Pero defendemos la Tradición porque estamos convencidos de que en ella reside el acontecimiento salvífico, nuestra participación en las promesas divinas, es decir, nuestra participación en Dios.

Aquí reside el abismo destructivo de la posición de Bergoglio. Estamos guiados por un Papa que determina erróneamente el estatus ontológico de la Tradición, y lo determina erróneamente porque determina erróneamente el verdadero objeto de la fe. Como dice el artículo al que me refería al principio, para Francisco la Iglesia de la Tradición no es más que mera tradición. Para él, las creencias tradicionales, ya sea la liturgia o el Credo de Nicea, no corresponden a ninguna realidad en sí mismas. Para Jorge Bergoglio se trata simplemente de ideas y prácticas arbitrarias, como las que surgen en una cultura determinada, en un contexto determinado y en una historia específica. Para él no hay Tradición detrás de la tradición y, sobre todo, no hay acontecimiento, no hay densidad ontológica.

¿El Papa Francisco niega la Tradición? Nunca lo hará materialmente, pero lo hace formalmente, porque para él la tradición de la Iglesia es un mero discurso autorreferencial cuya pretensión de verdad, o su autoproclamación como "fuente de Revelación", fue inventada por personas que, por comprensible psicológicamente, les encanta adormecerse con una sensación de seguridad y construir mundos clericales refinados en los que se recitan obras litúrgicas con trajes y decoraciones de época, pero completamente desconectados del mundo real.

COMENTARIOS 


Una tesis verdaderamente importante e interesante. Tenemos que distinguir la tradición (con "t" minúscula) de la Tradición (con mayúscula) En nuestra historia hay muchas tradiciones que en su momento fueron importantes, pero que ahora son meros recuerdos, quizás dignos de ser rememorados y traídos a la actualidad. Hablamos de las tradiciones de una familia, de un pueblo o de una nación. Y no solo se trata de tradiciones religiosas, sino de todo tipo.

En México se acostumbra a celebrar el día de la independencia con el "grito" que, según los historiadores, dio Hidalgo al llamar al pueblo para rebelarse contra el gobierno español. En los pueblos se acostumbra celebras las fiestas patronales cada año, con celebraciones muy particulares, que incluyen procesiones, música, fiesta, celebraciones litúrgicas, etc. Y en las familias también hay tradiciones, como celebrar todos juntos la cena de Navidad con un rico pozole o un pavo al horno. Todas estas son tradiciones con "t" minúscula. Si las dejamos de hacer, como ha sucedido en muchas ocasiones, no pasa nada extraordinario, salvo la nostalgia por el festejo o celebración.

Pero en el caso de la Iglesia, y particularmente en la doctrina, no es lo mismo la Tradición que la tradición. También en la Iglesia hay tradiciones con "t" minúscula, pero no son esas a las que nos referimos. La Tradición de la Iglesia es fuente de fe, es parte de la misma esencia de la Iglesia, de sus enseñanzas, o como se die ordinariamente, de su Magisterio. Junto con las Sagradas Escrituras, forman los dos pilares de la Revelación, de lo que nos enseñó nuestro Señor Jesucristo y que la Iglesia recogió, estudió y aclaró, en voz de muchos Papas, Concilios y los aportes de ilustres estudiosos, entre los que figuran los llamados Padres de la Iglesia, Como San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Gregorio Magno, San Jerónimo y muchos más.

Por Tradición[1] entendemos la doctrina revelada por Dios que no está contenida en la Escritura, sino que se ha conservado por la enseñanza oral. Ha llegado a nosotros por la predicación o enseñanza infalible de la Iglesia. Tiene el mismo valor que la Sagrada Escritura, porque es revelada por Dios.

Recordemos que los evangelios se escribieron varios años después de la gloriosa Ascensión del Señor. Y los discípulos de Jesús, el Cristo, empezaron a predicar su doctrina después de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos estando reunidos en el cenáculo, junto con la Santísima Virgen María. Y las enseñanzas de sus apóstoles se referían a lo que su Maestro les había enseñado. En un principio la enseñanza fue acorde con la Tradición oral, lo que recibieron de Jesús, que después se completó con el conjunto de libros que conocemos como el Nuevo Testamento, la Nueva Alianza, que reemplazaba a la antigua, la de Moisés.

Desde luego que los Evangelios, Los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas (o cartas de los apóstoles) estaban inspiradas por el Espíritu Santo, pero también la Tradición, que, como dijimos, en un principio fue oral, pero que después fue rescatada de diferentes concilios, Papas y Doctores de la Iglesia.

Entonces la Tradición nos solo un recuerdo de lo pasado. La Tradición es fe viva, es doctrina, como dice el artículo, contiene un contenido ontológico, es necesaria, no puede faltar; es un acontecimiento salvífico. Y las enseñanzas de la Tradición se complementan con las Sagradas Escrituras en una completa armonía, en una unidad de Doctrina.

Nuestras enseñanzas básicas sobre la Doctrina Cristiana nos hablan de dos fuentes de la revelación, lo que Dios ha dado a conocer a los hombres: Las Sagradas Escrituras y la Tradición. Quien no acepta la naturaleza de estas dos fuentes, no puede llamarse católico. Los protestantes no aceptan la Tradición; por eso es que sus "sectas" o grupos ya llegan a cerca de 5,000 denominaciones distintas, porque no guardaron la unidad de la doctrina revelada.

Si, como dice el autor del artículo, para Francisco la tradición es solo recuerdo, nostalgia, costumbre, entonces está cortando uno de los dos pilares sobre los que se asienta la Iglesia. Entonces no acepta la Doctrina de la Iglesia, y, por lo tanto, ha caído en un error mayúsculo que lo separa de la fe cristiana.

Por lo mismo, todos los católicos somos tradicionalistas, porque reconocemos en la Tradición (con mayúscula) una de las fuentes de nuestra fe.


[1] Faría, R. 1962. Curso Superior de Religión. Bogotá. Voluntad. 40-41.


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