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07.08.2024

Érase una vez una confesión. DUC IN ALTUM. Por Edoardo Spagnuolo. 22jul24. https://www.aldomariavalli.it/2024/07/22/cera-una-volta-la-confessione-2/

Noticia:

En un discurso anterior mío planteé la cuestión de un clero que, en su mayor parte, se ha convertido de un posible instrumento de salvación a un instrumento seguro de perdición. La última vez mencioné la realidad del infierno, negado o completamente silenciado por el clero modernista. Ahora quisiera proponer una sencilla reflexión sobre otro tema sumamente importante: la confesión.

La confesión de los pecados ante un ministro de Dios constituye un momento central en la vida de un cristiano. Normalmente no es posible salvarse sin pasar por el confesionario. Bueno, incluso la confesión fue prácticamente cancelada por el clero conciliar. En algunas iglesias todavía se conservan los antiguos confesionarios de madera como objetos de museo, pero siempre están espectacularmente vacíos. Después de todo, desde la perspectiva de la falsa iglesia del concilio, ¿de qué sirve confesarse si Dios es "misericordioso" con todos?

Al cancelar efectivamente la confesión, el clero modernista ha cerrado la puerta, en sí misma estrecha, a través de la cual el pueblo cristiano puede acceder a la salvación. Cerrar esa puerta, mediante la traición de quienes debían custodiarla y mantenerla abierta, fue el mayor triunfo del diablo.

Pero fuimos más allá. Los poderes infernales inspiraron el surgimiento de una falsificación diabólica de la confesión católica. En algunas iglesias, particularmente en algunos santuarios, todavía se propone una especie de confesión que en realidad es una farsa: ya no exige la confesión de los pecados ni la resolución de no cometer más, y el supuesto ministro de Dios ya no transmite el llamado estricto en el respeto de la ley de Dios.

Las almas deben ser abandonadas, pero también engañadas. El diablo quiere llevar muchas almas al infierno, haciéndoles creer que con sus acciones y con la bendición de los sacerdotes dan gloria a Dios.

Un gran santo de la época medieval enseña que el diablo no desespera de conquistar todas las almas, incluso aquellas que llevan una vida verdaderamente santa.

Muchos no quieren reconocer que, particularmente en la situación actual, todos corremos un grave riesgo de perdición eterna. Sin embargo, en el Evangelio está claramente escrito: "Si no hacéis penitencia, todos pereceréis". La iglesia del concilio, inspirada por el diablo, ha abolido efectivamente la penitencia y la confesión, de modo que todos perecen.

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Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Y lo creó libre de pecado. Pero nuestros primeros padres, Adán y Eva le desobedecieron y perdieron la gracia. Este es el Pecado Original, el que todos sus descendientes heredamos y lo tenemos al nacer.

Pero el Pecado Original tuvo sus consecuencias. Entre otras cosas, nuestra naturaleza se inclina a lo fácil, a lo placentero, al pecado. Pero desde el mismo instante en que Adán y Eva cometieron la desobediencia a Dios, nos prometió la redención. Y para ello envió a su Hijo único, que pagó con el precio de su sangre la deuda contraída por nuestros pecados. Y para completar su acción redentora, instituyó a su Iglesia, en la que dejó los medios necesarios para salvarnos.

Hagamos de cuenta que Dios nos ha entregado a todos los hombres un boleto, que podemos cambiar por nuestra salvación. Pero teniendo el mismo valor y siendo totalmente gratuito para todo mundo, no lo podemos cambiar si no recuperamos la amistad con Dios. Esta amistad se recupera completamente y por vez primera, con el bautismo. Mas nuestra naturaleza caída nos lleva a cometer pecados de todas clases y niveles de gravedad. Entonces, para recuperar el estado de gracia y poder hacer válido nuestro boleto al cielo, requerimos de los sacramentos, especialmente la confesión y, en peligro de muerte, la extremaunción.

Conociendo Dios nuestra inclinación al pecado, ha dejado instituido este sacramento para ser administrados por sus sacerdotes, y no una vez, sino muchas veces; las que sean necesarias para recobrar la amistad con Dios. Y no nos exige confesarnos con un sacerdote en particular, sino que nos permite elegir entre todos sus ministros válidamente ordenados.

Este sacramento de la confesión requiere ser complementado con la Comunión, pues en ella se recibe al mismo Cristo, que quiso quedarse con nosotros en forma de unas simples especies de Pan y Vino, consagradas debidamente por un sacerdote. La frecuencia en la Comunión nos sirve como una barrera defensiva contra el pecado, pues, cuando estamos en gracia de Dios, recibimos un sinnúmero de gracias que nos ayudan a fortalecer las virtudes necesarias para evitarlo

Pensemos por un momento en el enemigo de Dios, en Satanás, cuya única tarea es hacer que se pierdan las almas. ¿Cuál sería una de las estrategias más efectivas para lograr su propósito? No hay que pensar demasiado: poner todas las trampas y engaños para que no seamos perdonados, para que no nos confesemos y perdamos la oportunidad de cambiar nuestro boleto al cielo. Y eso es lo que está sucediendo. Podemos enumerar algunos de los peligros que nos impiden recuperar la gracia, la amistad con Dios:

  • Una deficiente formación religiosa. Muchos de los que se dicen católicos apenas tienen una formación incipiente en materia de religión. Sin temor a exagerar, podemos afirmar que algunos sólo tienen la instrucción mínima que recibieron, como condición, para hacer la Primera Comunión. Y ha sido escasamente reforzada con los contenidos de las homilías o sermones, que los sacerdotes enseñan durante la Santa Misa. Claro, cuando ponemos atención. Pero no es suficiente. Necesitamos conocer nuestra religión, pues nadie ama lo que no conoce.
  • La Iglesia actual, modernista, no se preocupa demasiado por administrar el sacramento de la Penitencia o Confesión. Circulan algunas ideas que afirman que Dios perdona todo, que no es necesaria la Confesión. Por eso nos recuerda Edoardo Spagnolo una estrategia engendrada por el Demonio: "Las almas deben ser abandonadas, pero también engañadas. El diablo quiere llevar muchas almas al infierno, haciéndoles creer que con sus acciones y con la bendición de los sacerdotes dan gloria a Dios".
  • También la Iglesia actual ha minimizado o eliminado la idea del infierno, del Juicio Final y del castigo eterno. Llega a afirmar que en cualquier religión se puede alcanzar la salvación, lo cual es falso. Si así fuera, no tendría sentido la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ni tendría sentido la urgencia de la orden que dio a sus discípulos antes de su gloriosa Ascensión: "id por todo el mundo y predicad el Evangelio; el que crea y se bautice, se salvará, pero el que no crea, se condenará".
  • Hay otra mentira inventada por Satanás, que se difunde rápidamente entre los católicos: que Dios es inmensamente bueno y que no permitirá que nadie se condene. Falso. Dios nos ha dado el precioso don de la libertad, y quiere que libremente le adoremos y libremente deseemos su amistad: que vivamos en su Gracia. Dios es inmensamente bueno, y por eso ha puesto todos los medios necesarios para salvarnos, pero no lo hará si nosotros no queremos. Por eso dice San Agustín: "El que te creó sin ti, no puede salvarte sin ti". Dios es misericordioso, pero también justo. Mientras estemos en esta vida pasajera, que es el tránsito por este mundo, hay posibilidad de obtener la misericordia mediante la confesión y la penitencia, pero una vez que la muerte nos llegue, solo quedará la justicia de Dios. Es inmensamente Bueno, pero también inmensamente Justo.

Los elementos centrales de una buena confesión son: hacer un buen examen de consciencia, arrepentirnos sinceramente de haber ofendido a Dios, nuestro Padre, confesar nuestros pecados con un sacerdote, y cumplir la penitencia que nos imponga, que regularmente es muy pequeña comparada con las ofensas que hacemos a Dios.

Con la Confesión bien hecha, estando en estado de gracia, con la amistad con Dios, al llegar nuestra muerte, entonces ya podemos cambiar el boleto, por la entrada en la Vida Eterna. No hay otra forma, pero sí otra opción. Desperdiciar el perdón de Dios y perdernos para siempre en el infierno.


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