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LES DA LAS GRACIAS POR SER «MINISTROS DE LA PRESENCIA SACRAMENTAL DE DIOS AMOR». El Papa pide a los confesores del Vaticano que no hagan de psiquiatras y perdonen todo sin preguntar cosas. INFOCATÓLICA. 25oct24. https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=50763
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En un discurso ante la comunidad del Colegio de los Penitenciarios Vaticanos, el Santo Padre destacó la importancia de la humildad, la escucha y la misericordia en el ministerio de la confesión, exhortando a los confesores a perdonar siempre y a ser cercanos a los penitentes.
En la Sala del Consistorio del Vaticano, el papa Francisco se dirigió a la comunidad del Colegio de los Penitenciarios Vaticanos con motivo del 250° aniversario de su encomienda a los Frailes Menores Conventuales en el ministerio de las confesiones en la Basílica de San Pedro.

El Papa Francisco comenzó recordando el contexto en el que los confesores desempeñan su labor en la Basílica de San Pedro, un lugar por el que transitan diariamente más de cuarenta mil personas. «Cada día, más de cuarenta mil personas visitan la basílica», indicó el Papa, y añadió que, aunque muchos de estos visitantes acuden por motivos turísticos, una gran parte lo hace para orar y encontrar fortaleza en su fe. Francisco destacó cómo todos, ya sea de forma consciente o inconsciente, comparten una «búsqueda de Dios, Belleza y Bondad eterna, cuyo anhelo reside y palpita en cada corazón de hombre y de mujer que vive en este mundo».
El Pontífice dedicó gran parte de su mensaje a resaltar tres características esenciales que deben acompañar a los penitenciarios en su servicio: la humildad, la escucha y la misericordia. En cuanto a la humildad, hizo referencia al apóstol Pedro, quien tras haber sido perdonado por Cristo se convirtió en ejemplo de quien es consciente de su propia fragilidad. «Pedro nos recuerda que todo apóstol —y todo penitenciario— lleva el tesoro de la gracia que distribuye en una vasija de barro», afirmó el Papa, citando las palabras de San Pablo: «para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios» (2 Co 4,7). En este sentido, Francisco alentó a los confesores a ser, en primer lugar, «penitentes en busca de perdón», pidiendo humildemente la gracia de Dios en cada acto.
El segundo aspecto resaltado fue la escucha, especialmente hacia los jóvenes y los pequeños. «Escuchar no es, de hecho, sólo oír lo que las personas dicen, sino ante todo acoger sus palabras como don de Dios para la propia conversión», explicó el Santo Padre. En sus palabras, escuchar debe ser un acto de acogida «como arcilla en manos del alfarero» (cf. Is 64,7). Francisco advirtió a los confesores contra el riesgo de asumir el rol de psiquiatras o de interrogar en exceso a los penitentes: «No hacer de psiquiatras, por favor. Escuchar, escuchar siempre, con mansedumbre». El Papa insistió en la importancia de no forzar a los penitentes a dar explicaciones detalladas, especialmente cuando se avergüenzan. «Cuando ves que hay un penitente que comienza a tener un poco de dificultad, porque se avergüenza, decir "lo he entendido"; no he entendido nada, pero he comprendido; Dios lo ha comprendido y eso es lo importante», indicó, señalando que esta actitud refleja la verdadera compasión cristiana.
El último aspecto abordado fue la misericordia. Exhortó a los confesores a ser «hombres de misericordia», como dispensadores del perdón de Dios. Haciendo referencia a san Leopoldo Mandić, el Papa recordó que los penitentes que acuden al confesionario ya se sienten humillados por sus propias faltas. Citó las palabras de san Leopoldo: «¿Por qué deberíamos humillar más a las almas que vienen a postrarse a nuestros pies? ¿No están ya demasiado humilladas?». Francisco subrayó que el confesor es un «vasija de barro», como la definió en sus palabras, con una única medicina para ofrecer: «la misericordia de Dios». Los confesores deben reflejar los tres aspectos que mejor definen a Dios: «cercanía, misericordia y compasión».
Francisco reforzó la idea de que el acto de perdonar no debe estar sujeto a la evaluación de cada pecado, sino que es una llamada a «perdonar siempre, todo y sin preguntar muchas cosas». Para ilustrar esta enseñanza, el Papa compartió una anécdota de un capuchino confesor en Buenos Aires, quien, al preguntarse si perdonaba demasiado, acudía al Señor diciéndole: «Señor, ¿me perdonas? Discúlpame, pero he perdonado demasiado. Pero mira que has sido tú quien me ha dado el mal ejemplo». Según el Papa, esta disposición a perdonar sin condiciones es clave para que los penitentes experimenten la «ternura de Dios» en el sacramento de la Reconciliación.
Francisco concluyó su intervención agradeciendo a los penitenciarios su dedicación y compromiso. «Gracias por ser, en el corazón de la Iglesia, ministros de la presencia sacramental de Dios amor». Finalmente, les pidió que rezaran por él y, en tono distendido, les instó a que, cada vez que él mismo acuda a ellos para confesarse, «me perdonen».
COMENTARIOS
Como es costumbre en Francisco, sus palabras se mueven en el límite entre la verdad y la heterodoxia, es decir, el error.
Para analizar este texto debemos recordar las nociones básicas sobre el sacramento de la Confesión o Penitencia. Por parte del feligrés que busca el perdón de Dios a las faltas cometidas, debe hacer primero un buen examen de conciencia, para describir la naturaleza de sus pecados, su número y circunstancias; debe confesar oralmente sus faltas ante un sacerdote, y, lo esencial, debe estar arrepentido de sus pecados y hacer un propósito de enmienda.
Por parte del sacerdote, debe verificar en la medida de lo posible que el feligrés haya hecho su examen de conciencia, que haya cumplido la penitencia anterior, y, sobre todo, que esté arrepentido de sus pecados y tenga un firme propósito de no volver a cometerlos. Este último punto, el dolor de los pecados (la contrición) y el propósito de enmienda son fundamentales para que el sacerdote pueda dar la absolución.
Un sacerdote debidamente ordenado tiene la facultad de perdonar los pecados, pero también tiene la responsabilidad de velar por el bien de las almas. Sobre este último punto, el procurar la santificación de las almas, no solamente implica el escuchar y comprender al penitente, sino también orientarlo con algunas sugerencias y consejos para que pueda más fácilmente corregir sus errores.
Aquí tenemos un primer punto de desacuerdo respecto a las palabras de Francisco, pues dice que no hay que preguntar demasiado ni hacerla de "psiquiatra". En cualquier proyecto humano donde se quieren corregir algunas fallas, lo primero que se hace es realizar un diagnóstico, para saber qué es exactamente lo que se necesita corregir. Si el sacerdote quiere orientar las almas hacia su santificación, debe identificar las causas del pecado. Entonces necesita hacer algunas preguntas -ciertamente no demasiadas- para poder ayudar al penitente. De otra forma la confesión, aunque sirva para perdonar, no ayudará a corregir las causas de los pecados.
Pero el punto más importante de las palabras de Francisco, y más susceptible de caer en el error, es sugerir que perdonen todo, sin preguntar. El Magisterio de la Iglesia establece que no se puede perdonar todo. Un punto esencial es manifestar el arrepentimiento y la intensión de no volver a pecar. Veamos un ejemplo sencillo: una persona vive en unión libre o se ha divorciado -por las leyes civiles- de su esposa legítima; vive en amasiato. ¿Se le debe perdonar, aunque siga viviendo en pecado, y entonces puede comulgar? La respuesta es clara: NO. Porque no se puede absolver a un feligrés que vive en pecado, sino hasta que decida apartarse de él; y segundo, porque si recibe la Eucaristía, estando en pecado, será una grave ofensa contra Dios, y el sacerdote sería cómplice de este sacrilegio.

El tema de la contrición o arrepentimiento es central. Si un penitente no quiere dejar el pecado mortal y desea seguir ofendiendo a Dios, aunque el sacerdote le dé la absolución, lo más seguro es que resulte inválida. Es parecido a aquél que cuando se confiesa omite decir algunos pecados graves, por temor o por conveniencia, de lo que resulte que su confesión no le libra del pecado; luego entonces, es inválida.
Francisco habla de la misericordia de Dios. Sí, Dios es inmensamente misericordioso, y nos perdona todo, o casi todo, siempre y cuando respondamos de la manera apropiada mediante la confesión, el arrepentimiento y el propósito de enmienda. Ni siquiera nos impone penitencias proporcionales a las faltas; y además nos permite confesarnos con cualquiera de sus ministros facultados para perdonar en su Nombre. Además, pone a nuestra disposición los demás sacramentos y un sinnúmero de sacramentales (agua bendita, crucifijos, rosario, etc.) que nos ayudarán a permanecer en su gracia.
Un ejemplo que nos ayudaría a entender la misericordia de Dios sería el siguiente: Un hombre o una mujer han cometido un delito grave (robo o daño cuantioso a otras personas, asesinato, etc.), por ello merece la cárcel, y cumplir una condena de varios años. Pero Dios no nos obliga a padecer penas similares ante una ofensa grave a su Majestad. Solo tenemos que confesarnos ante un sacerdote, arrepentirnos y prometer no volver a ofenderlo, además de cumplir alguna penitencia que generalmente no va más allá de unas cuantas oraciones. ¿No es acaso una muestra de su gran Misericordia? Pero el perdón no es automático; Dios necesita que el hombre vaya ante un confesor, se confiese y se arrepienta. ¿Es demasiado castigo para tan grande ofensa?
Además, hay varios pecados que están reservados a los Obispos y aún al Papa. Por ejemplo, el aborto o el asesinato de un ministro de Dios.
Ahora vemos cómo es que Francisco dice verdades a medias, que más que aclarar, confunden. El sacerdote debe perdonar, pero no todo. No puede convertirse en cómplice del pecador, lo que lo llevaría a convertirse en promotor del pecado.