aborto

NOTICIA COMENTADA 763

13.11.2024

Mons. Schneider: Cuando Dios permite que atravesemos pruebas, siempre nos da frutos espirituales. ADELANTE LA FE. Por Mons. Athanasius Schneider. 08nov24. https://adelantelafe.com/mons-schneider-cuando-dios-permite-que-atravesemos-pruebas-siempre-nos-da-frutos-espirituales/

Resumen  

En los tiempos recios y oscuros que atravesamos, queremos evocar la luz sobrenatural y los tesoros espirituales que poseemos, donados por Dios. Se trata de la luz de la Fe Católica, el tesoro inefable e incalculable de la Santa Misa, cuya mejor expresión es la celebración del rito en su forma más antigua.

Si tenemos la Fe, si tenemos la Santa Misa, si tenemos la Eucaristía, lo tenemos todo y no nos falta nada.

Muchas generaciones de católicos han vivido persecuciones y han sido marginados. Por ejemplo, en los cinco primeros siglos de la Iglesia, o los católicos del Reino Unido e Irlanda en la época de las leyes penales anticatólicas, las persecuciones masónicas de Francia y de México, los gloriosos confesores y mártires de Irlanda e Inglaterra, los vandeanos, los cristeros mexicanos, o en las persecuciones comunistas de España, la Unión Soviética, China y otros países.

Fueron épocas en que el Señor otorgó gracias especiales. Si la Divina Providencia permite que nosotros vivamos también una experiencia semejante en nuestros tiempos, redundará en muchos frutos espirituales: Dios dará a su Iglesia muchos confesores de la Fe y mártires, y gracias a ello vendrá una nueva generación de santos sacerdotes, obispos y pontífices.

La Divina Providencia nos ha dado para nuestros tiempos un santo especial defensor de Cristo Rey y mártir. El niño mexicano San José Luis Sánchez del Río, que nació en 1913.

El gobierno masónico de México emprendió entre 1926 y 1929 una de las mayores persecuciones que haya conocido la Iglesia Católica en el siglo XX. So pretexto de «liberar al país del fanatismo religioso», el Gobierno lanzó una ofensiva militar contra los sacerdotes, religiosos y fieles laicos que mostraran el menor indicio de profesar la fe católica.

Un día, José vio que los soldados entraban en su iglesia a caballo y ahorcaban al sacerdote. Con apenas 13 años, se alistó en el ejército cristero, que trató de combatir la persecución. José Sánchez del Río se presentó ante el general que mandaba las tropas cristeras y le dijo: «Vengo a morir por Cristo Rey».

Y así fue. Lo detuvieron, y mientras lo torturaban, no dejaba de proclamar: «¡Viva Cristo Rey!» y «¡Viva la Virgen de Guadalupe!» La sinceridad de sus palabras y el alegre e intrépido semblante del noble muchacho causaron una honda impresión al general cristero, que lo autorizó a ingresar en su ejército.

Durante un año, José Sánchez combatió en muchos enconados enfrentamientos con las tropas del masónico gobierno. Por ser el más joven, portaba un estandarte de la Virgen de Guadalupe. Muchos cristianos cayeron en la refriega. José le dijo en una carta a su madre: «Nunca fue más fácil ganarse al Cielo».

En una de dichas batallas, el general de las fuerzas cristeras perdió su caballo y estuvo a punto de ser capturado. José le dijo: «Mi general, aquí tiene mi caballo. Sálvese, aunque me maten a mí. Si me matan a mí no se pierde nada, ¡pero sin usted estamos perdidos.» Por este heroico acto, José fue capturado por los soldados del Gobierno.

Para conseguir que el muchacho renegara de la fe, le desollaron las plantas de los pies hasta las terminaciones nerviosas y lo amarraron a un caballo, tras lo cual lo obligaron a caminar a pie y descalzo a lo largo de 14 kilómetros. Huelga decir el dolor tan atroz que debió de sentir el muchacho. Aun así, cuando el dolor se hacía insoportable, rebosante de Gracia divina, gritaba a pleno pulmón: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!»

Impotentes para conseguir que José abjurase de su fe con los dolores más insoportables e inimaginables, los soldados trataron de intimidarlo de otra manera.

Cuando llegaron al pueblo en que nació con la intención de ejecutarlo al día siguiente, los soldados obligaron a la madre a escribirle una carta pidiéndole que renegara de la fe católica si quería que lo pusieran en libertad. José Sánchez del Río respondió con las siguientes palabras:

Querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios. No te preocupes por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes diles a mis hermanos que sigan el ejemplo que les dejó su hermano el más chico. Y tú has la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Saluda a todos por última vez. Y tú, recibe el corazón de tu hijo, que tanto te quiere y, verte, antes de morir, deseaba.

Al día siguiente, 10 de febrero de 1928, cuando el muchacho estaba por cumplir 15 años, ofreció su vida terrenal para no perder la eterna ni la visión beatífica de Jesucristo, en el que con tanto valor y fidelidad había cifrado su fe.

Cuando Pío XI tuvo noticia de José y de los padecimientos de los cristianos mexicanos, escribió:

Venerables Hermanos, algunos de estos jóvenes y adolescentes -y al decirlo no podemos contener las lágrimas-, con el rosario en la mano y la invocación a Cristo Rey en los labios, han encontrado voluntariamente la muerte.

Contra viento y marea, la Iglesia Católica ha sido el único cuerpo de creyentes cristianos en este mundo que ha afirmado poseer la luz y la verdad, y que las ha transmitido con infalible certidumbre. Puede darse la fecha, lugar y circunstancias del surgimiento de cualquier otra iglesia en la historia, así como los nombres exactos de quienes fueron sus principales fundadores. Sin embargo, es imposible determinar la fecha o lugar en que nació la Iglesia Católica como no sea aquella ocasión en que Nuestro Señor le dijo a San Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta Roca edificaré mi Iglesia. Es una Iglesia que ha llegado hasta mí con una genealogía incuestionable, que viene desde el mismísimo Jesucristo. Una Iglesia que puede honrarse de haberse desarrollado ininterrumpidamente a partir de una pequeña semilla hasta llegar a ser un corpulento árbol, desde la niñez hasta la edad adulta.

Estaba convencido de que la intención de Cristo era que todo cristiano profesase las mismas verdades exactas, un mismo cuerpo de doctrina, que siempre debe ser la misma. Tiene que ser inmutable, por la simple y sencilla razón de que Él mismo bajó del Cielo para enseñar una serie de verdades. Y esas verdades son, por supuesto, divinas y jamás se podrán alterar; por tanto, todo lo que se aparte de ellas tiene que ser falso. Esas verdades del cristianismo son tan inalterables como las reglas de las matemáticas. Si ayer fueron ciertas, deber serlo hoy también, así como mañana y por los siglos de los siglos. Modificarlas significaría que son susceptibles de cambio y de mejora, en cuyo caso nunca habrían sido ciertas»

La liturgia católica «consagra y embellece la ofrenda interior de los fieles. Es el marco del cuadro, la joya en que está engastado el diamante, por así decirlo. Contiene alguna verdad doctrinal, alguna verdad revelada por Dios. Es una ceremonia creada por Él, y una forma de restituirle lo que Él mismo nos ha enseñado. Pues los católicos creemos que Dios Todopoderoso no sólo nos ha indicado la verdadera Fe, sino la también la forma indicada de rendirle culto. Ha prescrito la manera de tributarle adoración pública. No nos ha dejado librados al azar. La Misa es, pues, la liturgia que ha dispuesto el Altísimo como acto supremo del culto cristiano, y no tenemos derecho a tributarle otro».

COMENTARIOS

Mons. Athanasius Schneider nació en Kazajistán, durante la era soviética. Vivió la persecución desde pequeño. Asistía a la Santa Misa, entonces prohibida por el régimen comunista, con su familia, para lo cual tenían que viajar en tren por la noche, cerca de 100 kilómetros, para asistir a la Misa, e inmediatamente tomar otro de regreso, para llegar por la tarde o noche a su pueblo. Él vivió en carne propia la persecución contra la Iglesia, y vio morir a sacerdotes y laicos mártires del catolicismo.

En esta nota nos propone una verdad que ha persistido desde la fundación del cristianismo: "Si la Divina Providencia permite que padezcamos tribulaciones en nuestro tiempo, ello redundará indudablemente en abundantes frutos espirituales". Para ello no pone dos ejemplos: uno del niño mexicano José Luis Sánchez del Río, que padeció bajo el gobierno masónico de Plutarco Elías Calles, durante la gesta heroica conocida como "La Guerra Cristera", y el otro es del obispo Henry Gray Graham, quien había pertenecido a la Iglesia Presbiteriana, pero tuvo la gracia de convertirse al catolicismo y nos ha dejado hermosas reflexiones sobre la verdadera Iglesia, fundada por el mismo Hijo de Dios: la Iglesia Católica. (Por el espacio hemos seleccionado solo unos pequeños párrafos, de entre los incluidos en el artículo de Mons. Scheider).

En México la persecución a la Iglesia inició desde la misma independencia de México, siempre de origen masónico, pero se recrudeció con la llegada de Benito Juárez a la presidencia, a mediados del siglo XIX. A inicios del Siglo XX, después de la convención que dio origen a la Constitución de Querétaro, en 1917, la persecución se radicalizó, amparada en las leyes promulgadas. Fue así que, en 1926 la Iglesia tuvo que cancelar el culto debido a las presiones del Estado, y el pueblo mexicano se levantó en armas para defender su religión. En este contexto aparece la heroica confesión de fe y el martirio de José Luis Sánchez del Río, hecho conocido junto con otros muchos testimonios, por el entonces Pontífice, S. S. Pío XI, que lo llevó a pronunciar Venerables Hermanos, algunos de estos jóvenes y adolescentes -y al decirlo no podemos contener las lágrimas-, con el rosario en la mano y la invocación a Cristo Rey en los labios, han encontrado voluntariamente la muerte.

Durante esta epopeya miles de mártires mexicanos, la mayoría anónimos, poblaron el cielo. Y este movimiento sirvió para alentar a toda la cristiandad a continuar con ahínco la defensa de la fe y la evangelización de los pueblos.

El segundo caso es el de Mons. Henry Grey Graham, nacido en Escocia, en 1874. Hijo de un ministro presbiteriano. Siguiendo los pasos de su padre, se hizo ministro. Pero en su espíritu por conocer a fondo su fe, y por la gracia divina, se hizo católico en 1901. Ingresó al seminario y fue ordenado sacerdote en 1906, y en 1917 fue consagrado obispo de la Iglesia Católica.

De sus escritos, toma algunas citas Mons. Athanasius Scheneider, que nos reproduce en este artículo.

  • Dios había fundado una Iglesia a la que había confiado su verdad para que la conservara y perpetuara hasta el final de los tiempos. Que Dicha verdad era «un cuerpo concreto y reconocible de doctrina, y que a la Iglesia se la tuvo que dotar de autoridad para guardar, enseñar y transmitir esa verdad»

Con esta primera verdad se afirman dos verdades esenciales: la Iglesia Católica tiene un origen divino, pues ha sido Dios mismo, en su Segunda Persona (Jesucristo) quien la fundó. Es la única Iglesia que tiene un origen divino. Todas las demás han sido creadas por hombres. El budismo fue creado por Buda Gautama, tomando como base algunas creencias ancestrales; Mahoma fundó el Islam, también reuniendo varias creencias persas, judías y aún cristianas; Lutero fue el iniciador de todas las iglesias protestantes, etc.

La segunda verdad es que Dios confió sus verdades reveladas a la Iglesia Católica, para que la preservara de todo error y para que la enseñara a todo el mundo, mediante la evangelización. Esa es su misión primaria: evangelizar a todas las naciones para hacerlas partícipes de la redención de Cristo; es decir, para que todos los que crean en Él y se bauticen, puedan salvarse. El fin de la Iglesia se concreta en la salvación de las almas.

  • Estaba convencido de que la intención de Cristo era que todo cristiano profesase las mismas verdades exactas, un mismo cuerpo de doctrina, que siempre debe ser la misma. Tiene que ser inmutable, por la simple y sencilla razón de que Él mismo bajó del Cielo para enseñar una serie de verdades.

Esta es una verdad que adquiere una relevancia esencial. Las verdades reveladas por Dios son inmutables; no cambian. La doctrina tiene que ser siempre la misma, porque fue el mismo Dios quien la dio a conocer a su Iglesia. Entonces tenemos que conocer, mantener y defender la pureza de nuestra fe.

La relevancia de la que hablamos, se refiere a la idea que ahora, desde el mismo Vaticano, se quiere cambiar la Doctrina, con el falso propósito de modernizarla y mundanizarla. En esto consiste en modernismo. Y a quienes se empeñan por mantener intacto el depósito de la fe se les llama "rígidos", "anticuados" y hasta se les quiere prohibir la Misa de Siempre.

Pero nosotros debemos estar prestos a la lucha. Tal como lo dice San Pablo "Velad; estad firmes en la fe" (1Cor. 16, 13)


aborto